Limpieza y ciencia: una relación necesaria
Pocas cosas le cuestan más a un científico que limpiar su laboratorio. Parece que nunca hay tiempo para ello, que las horas disponibles hay que aprovecharlas en los avances científicos, pero el orden y la limpieza es una tarea absolutamente fundamental para lograrlos. La relación entre limpieza y ciencia es muy estrecha, hasta el punto de que coloquialmente se suele decir que hacer buena ciencia es, también, “fregar bien” el suelo.
Pasa lo mismo con la tecnología. Un buen investigador experimental debe centrar parte de sus esfuerzos en perseguir la máxima pulcritud de su espacio de trabajo, ya sea por sus propios medios o asegurando que el proveedor de limpieza ofrezca un servicio excelente.
Limpiar el laboratorio todos los días y, además hacerlo bien, es el principal ejemplo que nos dejó Clair Cameron Patterson, un científico genial y a la vez casi desconocido. En los círculos especializados, de hecho, se le conoce como “el científico más importante del que nunca oíste hablar”. Este geoquímico estadounidense, especialista en espectroscopía molecular, a pesar de ser de los más influyentes en esta especialidad, es ampliamente desconocido para el gran público.
Si bien se le conoce principalmente por determinar con exactitud la edad de la Tierra en 1953 (cuando aún la tectónica de placas quedaba lejana) y por llamar la atención sobre la concentración de plomo en el medio ambiente y en la cadena alimenticia (consiguiendo la aprobación de la Ley de Aire Limpio de EEUU en 1970), fue también un gran promotor de la limpieza y su importancia en el ámbito científico.
Una valiosa lección sobre la relación entre limpieza y ciencia
Durante su doctorado en la Universidad de Chicago, Patterson recibió una sencilla tarea por parte de su director, Harrison Brown: debía medir los isótopos de plomo de un mineral.
Se encomendó a la tarea comprobando la radiactividad del uranio de las rocas, que se desintegra de forma natural en plomo a través de un proceso ya conocido en su época. Con este método, sería posible determinar cuándo se ha dado la desintegración y el tiempo necesario para esta.
Dado que no han sido alterados por los procesos de formación de la Tierra, las mejores rocas para este análisis son los meteoritos y, especialmente el zircón (un mineral duro que contiene uranio, pero no plomo). Patterson, junto a su compañero George Tilton empezaron a usar meteoritos del Cañon del Diablo en Arizona, con el objetivo de determinar la edad de la Tierra midiendo uranio y plomo.
El trabajo de laboratorio resultó ser más complejo de lo esperado, ya que sabiendo la edad de un meteorito concreto, los resultados no tenían sentido alguno. Es entonces cuando George Tilton empezó a considerar la posibilidad de que el laboratorio estuviese contaminado, por lo que decidió trasladarse a otro donde tuvo unas mediciones de uranio más precisas. Por el contrario, Patterson, encargado de medir el plomo; siempre obtenía mediciones de plomo poco razonables.
Este hecho llevó al científico a revisar todos sus protocolos, llegando al descubrimiento inesperado de que todo estaba contaminado con dicho metal pesado. El agua tenía plomo, como lo tenía la pintura de la pared, los utensilios, el vidrio, el polvo del laboratorio e incluso su propia piel. A partir de ahí… se tomó la limpieza de una forma mucho más seria, a la altura de la importancia que acababa de revelar.
La primera sala limpia de la historia
Patterson comenzó a realizar una serie de protocolos para asegurar la limpieza de su laboratorio, siendo realmente consciente por primera vez de la estrecha vinculación entre limpieza y ciencia. Si quería obtener resultados en sus investigaciones, debería estar todo bien limpio. ¿Cuántas investigaciones podrían haber sido erróneas por una deficiente higienización? ¿Cómo podría estar seguro de cualquier resultado si algo aparentemente tan accesorio, que en ocasiones incluso se omitía, era realmente crítico?
A partir del descubrimiento, aseguró los accesos al laboratorio y los puntos de entrada de aire. Además, limpió concienzudamente cada equipo e instrumento que utilizaba. Y hasta purificó los productos químicos del espacio. Esto, que forma parte del protocolo habitual en muchas instalaciones científicas y tecnológicas en la actualidad, a finales de los años 40 se podrían considerar como medidas obsesivas. Pero el tiempo le dio la razón y gracias a su empeño, se creó la primera sala blanca de la historia.
Cinco años después de que se le encomendase una tarea “tan sencilla” y tras el traslado del equipo humano al Instituto de Tecnología de California (Caltech), decidió continuar con sus experimentos construyendo un laboratorio desde cero. Así consiguió una muestra ultrapura que pudo medir posteriormente en el acelerador del Laboratorio Nacional Argonne. Las cifras de esta medición y los cálculos de nuestro científico por fin dieron sus frutos: la Tierra tenía 4.550 millones de años, con un margen de error de +/- 70 millones de años.
Patterson: un ejemplo sobre limpieza y ciencia
Aparte del avance que supuso el cálculo de la edad de nuestro planeta, que permitió desarrollar otras investigaciones relevantes, este científico ha resultado de gran importancia para todos. Gracias a sus experimentos y su activismo consiguió la aprobación de una Ley que, además de concienciar a la población o las administraciones, ha mejorado sustancialmente la salud de muchas personas. Desde los años 70 se ha reducido en un 80% los niveles de plomo en sangre de los ciudadanos estadounidenses, desencadenando acciones y políticas que han mejorado la salud pública de todos los habitantes del mundo.
Pero la figura de Patterson también representa el éxito en la ciencia. Porque la fórmula del éxito no es otra que tesón, dedicación y cuidado; valores que puso en práctica durante muchos años para perseverar ante todo tipo de adversidades: desde su propio laboratorio hasta el azar, pasando por presiones políticas y corporativas. Y todo partiendo de la base de una acción aparentemente nimia o simplemente rutinaria; la limpieza.
Sin la limpieza de espacios, materiales y manos, muchísimos avances de la ciencia y la tecnología no hubiesen sido posibles. Y además, la buena higiene supone el punto de partida para lo que es el principal objetivo de estas disciplinas: hacer un mundo mejor. Al igual que nuestros servicios de limpieza, que constituyen una profesión imprescindible para la sociedad, y que a su vez se benefician también de la I+D+i para mejorar los procesos en instalaciones científicas, tecnológicas, sanitarias e industriales (como la nanotecnología, la limpieza criogénica o los ultrasonidos).